Tener una idea atractiva y objetivamente realizable puede estimular a más de uno a convertirse en emprendedor. Dejar de ser empleado para estrenarte como tu propio jefe es sin dudas una experiencia que muchos añoran y quisieran realizar. Así, poco a poco, las personas se van motivando y comienzan a pensar en esa idea con mucho más cariño. En la mente se van elaborando los elementos mínimos necesarios para llevarla a cabo hasta que la chispa prende y el asunto se torna serio. Empieza el emprendimiento. En este punto es ineludible tomarte el tiempo necesario para hacer la planificación y organización pertinentes; recuerda que estarás adentrándote a una forma de negocio no experimentada antes.
Si bien cada negocio que inicia se proyecta metas específicas, hay aspectos que no debes descuidar nunca. La rentabilidad del futuro negocio debe ser uno de esos pilares a tener presente siempre. Tal vez esto pueda parecer algo que “se va ganando por el camino”. En parte es cierto, pero esto no llega por sí solo, de lo contrario ningún negocio quebraría.
Con la mira en la rentabilidad
La rentabilidad se asocia con las utilidades que resultan de una empresa, es decir, sus ganancias. En términos técnicos, la rentabilidad de un proyecto está dada por la relación entre la inversión realizada al inicio y el beneficio neto que brinda el mismo. En este sentido es común que suela tratarse indistintamente este término con el de ganancia. Sin embargo, no son lo mismo. La utilidad o ganancia de un proyecto es la diferencia entre los ingresos y los gastos. Por su parte, la rentabilidad es un término mucho más analítico pues es precisamente la capacidad que tiene el proyecto para generar esas ganancias.
La rentabilidad se expresa en porcentaje y suele calcularse en un rango de tiempo de un año. Por ejemplo, decir que una inversión tuvo una rentabilidad del 40% significa haber logrado recuperar toda esa inversión más un 40% de la misma. Así, el cálculo de la rentabilidad sería:
Donde el beneficio neto es la diferencia entre el ingreso total final y la inversión inicial. Un ejemplo simple sería el siguiente. Supongamos que en nuestro proyecto nosotros invertimos inicialmente $5000 y el ingreso total final fue de $7000. Si:
Conociendo el beneficio neto entonces se puede calcular la rentabilidad:
Entonces se obtiene que la rentabilidad de mi empresa en ese año fue de 40%.
En este caso del ejemplo, la rentabilidad fue positiva o, en otras palabras, el negocio fue rentable. Esto es debido a que el ingreso final logró cubrir toda la inversión realizada e incluso reportó un poco más. Sin embargo, el negocio también puede haber resultado no rentable o con rentabilidad negativa. Esto significa que los ingresos finales no lograron compensar lo que se invirtió inicialmente.
En este punto, muchos optan por cerrar prematuramente, pensando que el negocio nunca llegará a ser rentable. Sin embrago, esta es una buena oportunidad para repensar las cuestiones organizativa y de planificación del negocio. Recortar gastos innecesarios, optimizar tiempo, mejorar calidad, invertir en marketing para captar clientes, entre otras, son solo algunas de las opciones que quizás no estás contemplando. Basado en todo esto, espera próximo post, donde te proponemos una serie de tips a tener en cuenta para trabajar en pos de lograr la mejor rentabilidad posible.
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¡Gracias por tu comentario, Rodolfo!
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